Los Diarios de Emilio Renzi
La causa.
Por Nicolás Villarino
En "La literatura amotinada", Luis Gusmán menciona que al inicio, Renzi es lector, todavía no es escritor. Se convertirá en escritor al preguntarse por qué uno se dedica a escribir. Renzi dirá que “se nos da por ahí”. A causa de haber leído. Gusmán señala que nombrada la causa, la lectura se pluraliza, estalla en una serie de fragmentos de libros que ha leído. Puede ser por ejemplo, en un bar leyendo una biografía de Proust. Ese criterio toponímico, dirá Gusmán, va a dominar su memoria de lector y su “edad de lectura”. Es que para Renzi un libro en el recuerdo tiene una cualidad íntima, como menciona en el diario: “solo me veo a mí mismo leyendo. Estoy afuera, distanciado y me veo como si fuera otro (más joven que siempre). Por eso, quizá pienso ahora aquella imagen -hacer que leo un libro (al revés) en el umbral de la casa de mi infancia- es la primera de una serie y voy a empezar ahí mi autobiografía". Sí, pero contada al revés, dirá Gusmán. Entonces, es a partir de verse a sí mismo, casi como ver a otro, como un objeto, en una imagen, que puede constituirse como lector y escritor en última instancia. A Renzi “le gustaba pensar que su vida interior estaba hecha de pequeños incidentes”. Son los pequeños incidentes, casi insignificantes, nimios, que en su totalidad abarcan toda la importancia y complejidad de una vida. “Así podría empezar por fin a pensar en una autobiografía. Una escena y luego otra y otra ¿no? Sería una autobiografía seriada, una vida serial… De esa multiplicidad de fragmentos insensatos, había empezado por seguir una línea, reconstruir la serie de los libros, <Los libros de mi vida>, dijo. No los que había escrito, sino los que había leído… Cómo he leído alguno de mis libros, podría ser el título de mi autobiografía (si la escribiera)”. Aunque para Renzi no se trata de todos los libros que había leído, sino de aquellos de los cuales recuerda con nitidez la situación en la que los ha leído, el momento preciso en que sucedía dicha lectura: “Si recuerdo las circunstancias en las que estaba con un libro, eso es para mí la prueba de que fue decisivo”. Esto significa que no se trata de una cuestión sobre la calidad del libro, sino del que ha logrado dejar una marca, una huella. En el cuerpo y en la memoria. “Yo no me refiero a la importancia de los libros, me refiero simplemente a la impresión vivida que está ahí, ahora, descolgada sin remitente, sin fecha, en la memoria”. ¿Acaso esto no le ha pasado a alguien en algún momento de su vida? ¿Cuántos libros uno recuerda, aún considerándolos prescindibles, o incluso cuando se sentencia un poco lapidariamente que no se los volvería a leer otra vez? Es decir, se trata, no tanto de un recuerdo sino una presencia, que irrumpe. Pareciera que Renzi habla de una persistencia en la literatura, de una fijación. “El valor de la lectura no depende del libro en sí mismo, sino de las emociones asociadas al acto de leer. Y muchas veces atribuyo a esos libros lo que corresponde a la pasión de entonces (que ya he olvidado)”.
A modo de ejemplo, Renzi recuerda la situación en que leyó los cuentos de Hemingway: había ido a despedir a la terminal de ómnibus a una compañera, novia en aquel tiempo, y al costado del andén consiguió en un puesto un ejemplar de In Our Time. Volvió a la casa con el libro, se tiró en el sillón y empezó a leerlo y siguió hasta que terminó casi a oscuras. Esa primera lectura, señala Renzi, es inolvidable, irrepetible, y es única. Para Gusmán, la cualidad epifánica no depende del contenido del libro sino de la emoción que ha quedado fijada en el recuerdo. Esto es interesante ya que se trata de la literatura como una caja de resonancia, que retumba o hace un eco, con los deseos y emociones del lector. Esa sería la única condición indispensable para que el libro quede en el recuerdo: el impacto en cada lector singular.
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